Mientras tanto, en la sala de cirugía, nada estaba bajo control. Gracia seguía inestable, con la presión arterial por los suelos y los signos vitales en caída libre. Las alarmas de los monitores no dejaban de sonar, y el equipo médico trabajaba a toda velocidad para estabilizarla. Estaba a segundos de un paro cardiorrespiratorio.
Afuera, en el pasillo, Maximilien caminaba de un lado a otro con los puños cerrados y la mandíbula apretada. Su pecho ardía. Cada minuto que pasaba sin noticias le quitaba el aire.
—¿Dónde está mi esposa? ¡Necesito verla! —gritó con desesperación.
La puerta de cirugía se abrió con fuerza y la ginecóloga salió, se notaba cansada, retirándose los guantes quirúrgicos, lo miró con severidad.
—¿Qué es ese escándalo?
Maximilien se volvió hacia ella con los ojos abiertos de angustia.
—Doctora… nadie me dice nada. No sé cómo está Gracia, ni mi bebé. Estoy perdiendo la cabeza. Tengo un mal presentimiento, algo no está bien.
La doctora frunció el ceño, pero suavizó el