La camioneta frenó con fuerza. El chirrido de los neumáticos sobre la grava cortó el aire tenso que rodeaba la bodega. Christian dio un par de pasos hacia el frente. Sus hombres levantaron las armas, atentos, pero no dispararon.
Maximilien descendió con calma. Sostenía el portafolio con el dinero.
Christian lo saludó con una mueca sarcástica.
—Llegas justo a tiempo, hermano.
—No soy tu hermano. ¿Dónde está Gracia? —respondió seco, mirando alrededor. Entonces sus ojos se cruzaron con los de ella, a través de la reja.
—Ahí está. —Christian señaló con la barbilla.
—Maximilien… —Gracia apenas pudo pronunciar su nombre, la voz se le quebró.
—Gracia, cariño —él palideció al verla. Su mundo se resquebrajó—. ¡Libérala, imbécil! ¡Déjala salir de inmediato!
Christian alzó su arma y miró el portafolio.
—Primero el dinero.
—Maldito… —Maximilien apretó los dientes y arrojó el portafolio a uno de los hombres. El cómplice lo abrió, y al ver el contenido, sonrió junto a los otros.
—¡Mariana! Tráela —