—Maximilien… —susurró Gracia con un nudo en la garganta, aferrándose con desesperación a ese leve movimiento en su rostro.
Un ceño suave cruzó la frente de él, apenas visible, y después de un instante, un sonido quebrado escapó de sus labios.
—Tardaste mucho… en decir que me amas. —Su voz era débil, entre burlona y agotada, cada palabra que dijo requería de un esfuerzo inmenso. Lentamente, sus párpados temblaron y se alzaron lentamente, dejando ver esos ojos que ella tanto había extrañado.
Gracia soltó un sollozo, un grito ahogado por la emoción. Se inclinó hacia él y besó su frente con reverencia, como si no terminara de creer que era real.
—¡Dios mío! Mi amor… —balbuceó, y entonces, sin poder contenerse, se giró y corrió hacia la puerta, gritando con el corazón al borde del colapso—. ¡Se despertó! ¡Maximilien despertó! ¡Ayuda, por favor!
No pasaron ni dos minutos antes de que el equipo médico irrumpiera en la habitación. Una enfermera la tomó del brazo con suavidad y le pidió que s