El pasillo estaba tranquilo esa mañana. Gracia avanzó con pasos lentos, una mano acariciaba sobre su vientre, y la otra sujetaba el termo de agua que Pandora le había obligado a llevar. La rutina de los últimos días se repetía: subir al tercer piso, saludar a la enfermera de turno, cruzar el corredor en silencio. Pandora iba a su lado, atenta a cada movimiento suyo, como una sombra fiel.
—Te dije que no deberías venir sola, a estas alturas del embarazo no deberías ni salir—le murmuró con una sonrisa, tocándole suavemente la espalda.
—No iba a dejar de venir solo porque ya parezco una pelota —respondió Gracia, sin detenerse.
Entró a la habitación de Maximilien con cuidado. El monitor seguía marcando el mismo ritmo lento, constante, casi desesperante. Gracia abrió ligeramente una de las ventanas, dejando que entrara algo de aire fresco. Le hablaba poco últimamente, no porque no quisiera, sino porque las palabras comenzaban a pesarle. A veces se sentaba en el sillón junto a la cama y sim