Unos días más tarde, Gracia enterró a su padre.
Fue una ceremonia breve. Sin discursos largos, sin flores opulentas. Solo Pandora —la leal Pandora— y un par de conocidos más, rostros que la joven apenas recordaba de su infancia o de visitas fugaces a la casa de su padre. Gracia ni siquiera lloró. El nudo en su garganta era tan sólido que no podía tragar. No había espacio para el llanto, pero por fortuna para ella, había logrado perdonar a su padre.
Desde entonces, algo en ella se quebró del todo. Aunque cada día se empeñaba en cumplir con sus rutinas, algo dentro de su mirada se apagó. Las ojeras eran más profundas, el brillo de sus ojos parecía una fotografía vieja, y su voz… su voz se volvió cada vez más baja temiendo despertar a algo que dormía dentro de ella. La empresa seguía funcionando, con Pandora cubriendo cada espacio legal que podía.
La única constante, el único lugar donde se permitía ser ella, era el hospital. Cada noche, al salir del trabajo, tomaba el mismo camino haci