La mansión estaba envuelta en un silencio extraño, como si las paredes contuvieran la respiración. Gracia se había refugiado en la habitación principal. Amamantaba a Hope, acariciando con dulzura sus manitas mientras la niña se aferraba a ella.
—Mi amor —murmuró con voz quebrada—, tú no mereces crecer en medio de odios y traiciones…
La puerta se abrió despacio. Maximilien entró y se quedó un instante observándolas. Sus ojos se suavizaron al ver a Gracia con la bebé en brazos. Se acercó sin prisa, tomó asiento a su lado y acarició el cabello de ambas.
—Cada vez que las veo juntas siento que lo he ganado todo —susurró con voz grave, besando la frente de su hija y luego la mejilla húmeda de Gracia—. Y al mismo tiempo, tengo miedo de perderlo.
Ella lo miró fijamente, con un destello de cansancio y amor.
—No podemos vivir con miedo, Maximilien. No podemos estar mirando hacia atrás todo el tiempo, considero que lo peligroso ya pasó, no quiere decir que todo sea perfecto de ahora en adelante