El reloj de la mansión marcaba casi las ocho de la noche cuando Maximilien entró al salón principal. Cerró la puerta con decisión, caminó directo hacia Gracia y, sin decir nada, la tomó de la cintura. Le estampó un beso ardiente en la mejilla, rozando luego su oído.
—Es un hecho, preciosa —susurró con voz cargada de entusiasmo—. El negocio con los chinos está firmado. Nuestro próximo destino será Shanghái.
Gracia parpadeó incrédula, girándose hacia él con sorpresa en el rostro.
—¿Hablas en serio? —preguntó casi sin aire. —Es…es maravilloso.
Él asintió, con los ojos brillando de emoción.
—Más que en serio. Es el comienzo de algo enorme, Gracia. Esto asegura nuestra vida… asegura nuestro futuro.
Ella, conmovida, lo abrazó fuerte, queriendo fundirse en su cuerpo.
—¡Dios mío, Maximilien! —rio entre lágrimas—. Eso representa demasiado dinero, no es que sea ambiciosa, claro, pero me emociona demasiado que te vaya bien mi amor, lo mereces.
—Nos vaya, porque ya sabes Gracia, que todo lo mío