Luna salió del edificio con los dedos temblorosos, cerrando su abrigo. El aire de Londres era húmedo, pero no era por el frío que su cuerpo no dejaba de estremecerse. Era por él. Por su voz, por esa mirada… por la forma en que Andrey había dicho su nombre.
Ni siquiera sabía cómo explicar lo que había sentido, y lo peor era que no podía contárselo a nadie.
Cuando llegó al pequeño apartamento donde vivía con sus hermanos, Abril fue la primera en correr a abrazarla.
—¡Lunaaaa! ¿Cómo te fue? —gritó emocionada.
Alex se acercó detrás, más sereno, con las manos en los bolsillos, pero una sonrisa que le apretó el corazón.
—Nos tenías preocupados —dijo él con voz grave—. No sabíamos nada de ti.
Luna negó con suavidad, forzando una sonrisa que apenas podía sostener.
—Me cambiaron de edificio y de zona de trabajo… todo fue muy de golpe, pero… estoy bien —mintió a medias, tragándose el nombre que palpitaba aún en su lengua.
No podía hablar de Andrey, no podía decirlo. Su nombre era un secreto ent