Andrey se acercó.
A solo un par de pasos, y la distancia entre ambos era tan corta, que Luna podía sentir el calor de su cuerpo, el leve aroma amaderado de su perfume, y el peso de su presencia clavándosele en la piel.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Luna, tratando de recuperar algo de control y Andrey apenas entrecerró los ojos.
—No hay nadie más. Solo tú y yo.
Luna sintió cómo algo dentro de ella se tensaba, y por reflejo abrazó la carpeta contra su pecho, como si ese simple objeto pudiera protegerla del calor que subía por su cuello.
—¿Entonces esto… no es una reunión? —intentó mantener la voz estable.
—Claro que lo es —respondió él—. Una más importante que cualquier otra.
Luna parpadeó lento, nuca había sentido la garganta tan seca. Podía notar que ese hombre era tan alto como no lo podía recordar, y su cuerpo…
Su presencia la aplastaba completamente, y sus ojos, ellos, se metían completamente dentro de ella.
—¿Usted… es el dueño de este lugar? —preguntó Luna con voz baja, pe