CAPÍTULO 29
La chimenea crepitaba con un ritmo casi hipnótico mientras el calor secaba la humedad de sus cuerpos. Luna estaba recostada sobre el pecho de Andrey, envuelta en la manta de lana, sintiendo el latido acompasado de ese hombre que, de algún modo, parecía ser su única ancla en un mundo que ya no entendía del todo.
Andrey le acariciaba el cabello con una devoción que le erizaba la piel. Deslizaba los dedos entre sus mechones, los alisaba y los enredaba suavemente, como si quisiera memorizar la textura de cada hebra.
Entonces Luna alzó el rostro y le sonrió, con sus ojos brillando con ese resplandor que solo él conseguía encender en ella.
—Pareces un milagro en este lugar —murmuró Andrey apenas rozando su piel con las yemas—. Como si el fuego quisiera conocerte.
Luna lo miró, con una sonrisa suave que apenas curvaba su boca y miró sus ojos brillantes.
—¿Alguien te ha dicho lo hermoso que eres? —A Andrey le tomó desprevenido su pregunta—. Realmente nunca conocí a alguien así com