CAPÍTULO 60
La luz de la mañana entraba por los ventanales con una suavidad engañosa. Todo parecía tranquilo en la sala, como si el mundo no estuviera al borde de algo que ninguno de ellos comprendía del todo.
Luna estaba sentada en el sofá, con una manta ligera sobre las piernas y las manos cruzadas sobre el vientre, donde aún no se notaba nada, pero ya sentía una especie de calor suave, y una presencia real.
Entonces Abril llegó con dos tazas de té y una sonrisa casi infantil.
—Anoche soñé que era un niño —dijo mientras se dejaba caer a su lado—. Que tenía tus ojos y el temperamento de un pequeño demonio.
Luna esbozó una risa nasal, negando suavemente con la cabeza.
—¿Imaginas un niño? —continuó Abril, emocionada—. O… imagina que es una niña, Luna. ¿Sabes los peinados que podríamos hacerle? ¡Con flores y trenzas infinitas!
Luna rio, pero fue una risa breve e inestable. Su mandíbula tembló y un estremecimiento leve que le bajó hasta el pecho… y luego el llanto brotó como una herida a