Andrey lo conducía con maestría montaña arriba en un todoterreno, y los neumáticos trazaron surcos sobre el terreno húmedo mientras el sol se colaba a través de las ramas altas.
Luna, aun con las mejillas encendidas por la charla frente a la chimenea, lo miraba de reojo. Sus manos fuertes sostenían el volante, pero sus ojos, cuando se giraban hacia ella, eran puro deseo contenido.
—¿Falta mucho? —preguntó con una sonrisa tímida, mientras sus manos seguían unidas.
Era algo que a Luna le fascinaba de él. Nunca dejaba de tocarla.
—Casi llegamos —respondió Andrey, inclinándose apenas para besarle la mano—. Prometí que te llevaría al río… y no suelo romper promesas.
El vehículo se detuvo finalmente frente a una pared de piedra envuelta en musgo. De no ser por la abertura entre las rocas, apenas visible, habría parecido un final sin salida. Andrey descendió, rodeó el vehículo y abrió la puerta de Luna como si desvelara un secreto.
Le ofreció la mano y la guio por un estrecho sendero, hasta q