85

Habían pasado ocho días desde que James recibió el disparo.

El dolor seguía presente, constante, como un recordatorio punzante de lo que había ocurrido.

Pero al menos ahora podía moverse.

Despacio.

Con esfuerzo.

Con dignidad.

Isabelle no había podido entrar a verlo.

Jonathan se aseguraba de que su vigilancia fuera implacable.

Pero ella no se rendía.

Cada día enviaba comida.

Platos preparados con cuidado, con memoria, con afecto.

Esa mañana, Evelyn estaba sentada junto a la cama de James, leyendo un informe médico que no parecía interesarle.

James tenía los ojos cerrados, pero no dormía.

Solo pensaba.

La puerta se abrió.

Noah entró con una bolsa en la mano y una sonrisa en el rostro.

—Mira nada más…

El héroe caído sigue en su trono.

James abrió los ojos y lo miró con una ceja levantada.

—Y tú sigues apareciendo como si fueras mi enfermero personal.

¿No tienes una empresa que dirigir?

Noah se acercó y dejó la bolsa sobre la mesa plegable.

—Isabelle te
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