84

La mañana siguiente entraba con suavidad por las cortinas de la habitación compartida.

Oliver llegó puntual, con su tablet en mano y el rostro concentrado.

Primero se acercó a Noah, que ya se veía más firme, aunque aún con rastros de agotamiento.

—Tu recuperación va bien —dijo Oliver mientras revisaba sus signos—.

Ya puedo darte el alta.

Pero necesito que te mantengas tranquilo.

Nada de jornadas eternas en la oficina.

Y nada de jugar al héroe otra vez.

Noah asintió, con una sonrisa ladeada.

—No prometo nada.

Pero lo intentaré.

Oliver se giró hacia James, que aún dormía.

Su rostro estaba pálido, la respiración lenta, marcada por el dolor.

—¿Y él? —preguntó Noah, bajando la voz.

Oliver suspiró.

—James necesita más tiempo.

La bala lo atravesó con fuerza.

Hay daño interno que aún estamos monitoreando.

No podemos apresurarlo.

Noah lo miró en silencio.

Luego bajó la mirada hacia su hermano.

—James no se rinde fácil.

Nunca lo ha hecho.
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