La sala principal de la mansión Moore estaba envuelta en una calidez que contrastaba con la tormenta invernal que aún rugía afuera. El fuego en la chimenea crepitaba con ritmo pausado, y los regalos, envueltos en papel satinado y cintas de terciopelo, esperaban bajo el árbol como testigos silenciosos de una noche que no era como las demás.
Beatrice se levantó con elegancia, sosteniendo una copa de vino tinto en una mano y una pequeña caja en la otra.
—Antes de que el vino nos haga olvidar lo que vinimos a celebrar —dijo con una sonrisa sutil—, es momento de abrir los regalos.
Uno a uno, fue entregando obsequios a cada miembro de la familia y a los invitados. Camille recibió una pluma estilográfica de colección, Lucie un libro raro de poesía francesa, Celeste una bufanda de seda bordada a mano. Isabelle recibió unos aretes bañados en oro blanco.
Cuando llegó el turno de Noah, Beatrice se acercó con una caja alargada, envuelta en gris perla.
—Para ti, Noah —dijo, entregándosela co