La tarde cayó con un tono cálido sobre la mansión, pero dentro, el ambiente era otro. A cada pareja se les entregó una copia impresa de la fotografía tomada en la glorieta. Isabelle recibió la suya junto a Noah: ella aparecía a un lado, levemente inclinada hacia el sol, él tomándola por la cintura. James tenía el rostro impasible. Celeste lo besaba.
En la copia que James recibió, guardada entre sus documentos, los bordes se sentían más ásperos que de costumbre. La imagen era exacta. Pero lo que pesaba no era el papel. Era el gesto.
Minutos antes de la cena, mientras el personal disponía los últimos cubiertos, Noah se acercó a James en el salón del piano. Sus pasos eran ligeros, pero la intención no lo era.
—Curiosa la foto, ¿no? Te ves… sorprendido.
James no respondió de inmediato. Cerró el estuche del reloj que había estado observando.
—Celeste decidió ser espontánea. Yo no lo fui.
—No lo parece. Aunque, para alguien que dice verla como una buena amiga, dejar que te bese