El jardín tenía esa atmósfera que parece saber guardar secretos. Olivos antiguos, faroles de hierro, una fuente baja que murmuraba algo sin cesar. Isabelle caminó entre los senderos, el cabello recogido en una trenza suelta, el abrigo cruzado justo sobre el corazón.
Fue entonces que Beatrice apareció. Sola, sin bastón, sin compañía.
—Gregory fue concebido aquí, en esta mansión—dijo, sin necesidad de saludo— La noche era más fría que esta, pero menos complicada.
Isabelle la miró sin moverse.
—¿Usted lo amaba? Al hombre con el que estuvo, digo.
Beatrice dejó caer una sonrisa que no llegaba a los ojos.
—No tenemos que amarlos para cumplir con lo que la familia necesita, querida.
Isabelle se quedó inmóvil. El aire tenía un filo distinto.
—No le prometo que entre Noah y yo suceda algo.
—Si no lo haces, James pagará las consecuencias.
—No sería capaz de hacerle daño a su nieto —dijo Isabelle, sin levantar la voz.
Beatrice se acercó, hasta quedar frente a ella, con la l