La casa abandonada estaba en las afueras, rodeada de árboles secos y caminos de tierra que nadie transitaba. El lugar parecía olvidado por el tiempo, pero esa noche, era el centro de una operación silenciosa.
James y Noah llegaron en vehículos separados, sin luces, sin ruido. Damián había trazado el perímetro, y un equipo encubierto vigilaba desde la distancia. Noah llevaba consigo el certificado de divorcio y una maleta con varios millones, tal como se había acordado en la llamada.
James lo miró antes de que entrara.
—No hagas nada impulsivo.
—Solo quiero sacarlos de ahí —respondió Noah, con la mandíbula apretada.
Entró solo. La puerta crujió al abrirse, y el interior olía a humedad y polvo. Una voz lo recibió desde el fondo de la sala.
—Deja el dinero y el documento sobre la mesa. Luego espera instrucciones.
Noah avanzó, colocó la maleta y la carpeta sobre la mesa desvencijada. Su corazón latía con fuerza, pero su rostro no mostraba nada.
Minutos después, su teléfono