La noche había caído sobre la ciudad, y *The Black Oak* brillaba como un refugio de lujo entre las sombras. El bar, con sus sillones de cuero, paredes revestidas en madera oscura y lámparas colgantes de luz cálida, ofrecía justo lo que James y Noah necesitaban: privacidad, elegancia y una carta de bebidas que no pedía permiso para impresionar.
En el reservado principal, James, Noah, Oliver, Evan y otros amigos cercanos estaban reunidos alrededor de una mesa de cartas. Las fichas de apuestas se apilaban entre vasos de cristal, y el sonido de las risas se mezclaba con el tintinear de los hielos.
James bebía whisky, el líquido ámbar brillando bajo la luz tenue. Noah, en esa ocasión, prefirió bourbon, más fuerte, más directo. Copa tras copa, la conversación se volvía más suelta, las bromas más atrevidas, y los gestos más relajados.
—¿Quién apostó contra mí? —preguntó Evan, levantando una ceja mientras barajaba las cartas.
—Yo —respondió Oliver—. Porque tienes cara de que no sabes