La luz de la mañana se filtraba con suavidad por las cortinas de la habitación. Isabelle abrió los ojos lentamente, envuelta en el calor de las sábanas y en el abrazo firme de James, que dormía detrás de ella, con un brazo rodeando su cintura.
Por un momento, se quedó quieta, disfrutando de la calma, del ritmo pausado de su respiración, del silencio que solo existe antes de que el día comience. Luego, con cuidado, se deslizó fuera de la cama.
James abrió los ojos justo cuando ella se incorporaba.
—¿Ya te vas? —preguntó, con voz ronca.
Isabelle se giró, sonriendo.
—Alguien tiene que empezar el día.
James se acomodó en la almohada, aún recostado, observándola mientras caminaba hacia el tocador.
—Ayer llegaste con más energía que nunca. No sabía si estabas celebrando… o lanzándote a una conquista.
Isabelle se sonrojó, sentándose frente al espejo para peinarse.
—No sabía que esos bocadillos eran afrodisíacos.
James soltó una risa baja.
—Claro que no. Solo comiste cin