El auto avanzaba por la carretera bajo un cielo despejado, con las luces de la ciudad parpadeando a lo lejos. Camille, sentada junto a Leah en el asiento trasero, recibió una llamada. Al ver el nombre en la pantalla, sonrió.
—Hola, Oliver… sí, claro. Me encantaría —dijo, tras una breve pausa—. ¿En el bar de siempre? Perfecto.
Colgó y se inclinó hacia James.
—¿Podrías dejarme en el bar? Oliver me invitó a salir.
James asintió sin apartar la vista del camino.
—Claro. Te dejo ahí.
Al llegar, Camille se despidió con un beso en la mejilla a Isabelle y un guiño a Leah y Alex.
—Diviértanse. Y no se duerman muy tarde.
James retomó la ruta y, tras unos minutos de silencio, miró a Isabelle por el retrovisor.
—¿Quieren pasar la noche en casa?
Leah y Alex respondieron al unísono desde atrás:
—¡Sí!
Isabelle sonrió.
—Yo también quiero.
James desvió hacia Belvedere Hill, y al llegar, los recibió la mansión con su fachada iluminada y el aire tranquilo que solo los lugares seguros ofrece