La joyería era pequeña, con vitrinas de madera oscura y luz cálida que hacía brillar cada pieza como si tuviera su propia historia. James entró primero, seguido por Noah, que lo observaba en silencio mientras él recorría con la mirada los estuches alineados.
—¿Sabes lo que estás buscando? —preguntó Noah, con tono tranquilo.
James asintió, sin apartar la vista de los anillos.
—Algo que le hable sin decir nada. Que no grite, pero que se quede.
Noah se acercó a su lado.
—Siempre fuiste mejor para notar los detalles. Ahora sé que yo solo veía a Isabelle feliz, pero eras tú quien sabía por qué. Sabías cuándo se callaba por cansancio y cuándo por miedo.
James sonrió apenas.
—Y tú sabías cuándo necesitaba espacio. Yo quería quedarme cerca.
El joyero se acercó con una bandeja de terciopelo. Les mostró varios anillos, uno por uno. Algunos con piedras grandes, otros con diseños intrincados. James los miraba con atención, pero ninguno lo convencía.
—¿Y si le gusta algo más llam