El sol comenzaba a descender, tiñendo el jardín de tonos cálidos. James caminaba con Leah en brazos, mientras Alex seguía a su lado, aún aferrado a su mano. La risa de los niños llenaba el aire como si el mundo se hubiera vuelto más liviano.
Desde la terraza, Isabelle y Noah se acercaron con paso tranquilo. Isabelle llevaba una expresión serena, mientras Noah sonreía al ver a los niños tan unidos a su hermano.
—Hora de cenar, chicos —dijo Noah con voz suave.
Leah y Alex soltaron a James casi al mismo tiempo y corrieron hacia Noah, como si la rutina también tuviera su encanto.
—Vamos a lavarnos las manos —les dijo, tomándolos de la mano—. No quiero que me digan que no les avisé.
Los niños rieron y se fueron con él, dejando a Isabelle y James solos en medio del jardín, rodeados por el murmullo de las hojas y el eco de una tarde que había cambiado todo.
Isabelle se acercó despacio, hasta quedar junto a él. James la miró de reojo, con una sonrisa tranquila.
—Se ven felices —