Sentados en la biblioteca, con un vaso de whisky entre las manos, Isabelle y James compartían más que recuerdos. La luz tenue del lugar parecía envolverlos en una burbuja donde el tiempo no corría.
—Adrien llegó cuando más lo necesitábamos —dijo Isabelle, con voz baja—. Vivianne fue mi cómplice desde el principio. Me ayudó a mantener todo lejos de Jonathan. Y Noah… le hice prometer que no diría nada hasta que fuera el momento.
James la escuchaba en silencio, con los ojos fijos en ella. No preguntó por detalles. No hacía falta. Lo importante ya estaba dicho.
Isabelle miró el reloj. Se incorporó con suavidad.
—Tengo que irme. Los niños me esperan.
James se levantó también, con una expresión que mezclaba resignación y deseo.
—Quédate un poco más.
—No puedo. Ya les prometí que volvería antes de dormir.
James suspiró, luego hizo un gesto hacia la ventana.
—Mi chófer te llevará. No quiero que vayas sola.
Isabelle asintió, agradecida.
Caminaron juntos hacia la salida de