Después de unos minutos en silencio, aún entrelazados en el sofá, Isabelle se incorporó lentamente. James la observó sin decir nada, sus ojos siguiendo cada movimiento como si temiera que el momento se desvaneciera.
Ella recogió su camisa del suelo, se la colocó sin abotonarla del todo, y luego extendió una mano hacia él.
—Ven.
James se levantó sin preguntar. Isabelle lo guió por el pasillo, cruzando la galería silenciosa hasta llegar a la habitación principal. La puerta se abrió con suavidad, como si la casa misma supiera que debía guardar silencio.
Dentro, la luz era tenue, y el aire olía a madera y a algo que solo podía describirse como él.
James se detuvo en el umbral, pero Isabelle lo atrajo con un gesto. Lo volvió a besar, con el mismo deseo de antes, pero más pausado. Más consciente.
Los cuerpos se buscaron de nuevo, esta vez sobre las sábanas, entre susurros y caricias que no necesitaban traducción. No hubo prisa. Solo la certeza de que, por fin, estaban donde quer