La mansión estaba en penumbra cuando Isabelle llegó. Camille y Lucie habían salido con Evan y Oliver, y el silencio que reinaba en los pasillos era casi reconfortante. Casi.
Isabelle dejó su bolso en el recibidor y subió las escaleras sin encender las luces. No quería hablar con nadie. No quería explicaciones. Solo necesitaba… algo que no sabía nombrar.
Se detuvo frente a la puerta de Noah. Dudó un segundo, luego llamó con suavidad.
—¿Noah?
La puerta se abrió despacio. Él estaba en pijama, con el cabello revuelto y los ojos tranquilos como siempre.
—¿Isabelle? ¿Todo bien?
Ella negó con la cabeza, sin decir nada. Noah se hizo a un lado.
—Pasa.
Isabelle entró. La habitación olía a madera y a libros viejos. Todo estaba en orden, como si el caos del mundo no pudiera entrar allí.
Se sentó en el borde de la cama, sin mirarlo.
—Lo vi. A James. En el café.
Noah se sentó junto a ella, sin interrumpir.
—Y luego llegó Elena —continuó Isabelle, con la voz quebrada—. Según