El sol apenas comenzaba a filtrarse por los ventanales de la mansión Moore. Isabelle bajaba las escaleras con pasos lentos, los ojos cansados, el cuerpo aún tenso por una noche sin descanso. Su camisón de seda caía con elegancia, pero su expresión no tenía nada de calma.
Al llegar al vestíbulo, la puerta principal se abrió.
James entró.
Despeinado, con la camisa arrugada y la chaqueta colgando de un brazo. Aún llevaba la ropa de la noche anterior, pero sin el aire impecable que lo solía acompañar. Su mirada estaba opaca, como si el whisky no hubiera terminado de salir de su sistema.
Isabelle se detuvo en el último escalón. Lo observó sin disimulo.
—Parece que tuviste una buena noche —dijo, con voz suave pero cargada de filo.
James la miró por un segundo. No sonrió.
—Productiva —respondió, sin más.
Pasó a su lado sin detenerse. No volvió a mirarla. No dijo nada más.
Isabelle lo siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo. Luego suspiró, como si el aire p