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Isabelle salió del edificio de Janix con el proyecto en mano. El aire era tibio, pero su pecho se sentía helado. La reunión con James había sido correcta, sí… pero distante. Algo estaba cambiando, y ella lo sabía.

Justo cuando se acercaba al auto, una figura familiar apareció en la entrada.

Elena.

Vestida con elegancia, gafas oscuras, y una sonrisa que parecía más una declaración que un gesto amable. Isabelle la reconoció al instante. Elena aún no sabía quién era Isabelle.

Subió al auto. El conductor cerró la puerta.

—¿A la mansión, señora?

Isabelle asintió, el auto avanzo unas cuadras. Miró por la ventana y entonces habló de nuevo.

—Espere, regrese. Quiero volver a Janix.

El conductor no preguntó. Dio la vuelta.

Mientras tanto, en el despacho de James, la puerta se abrió sin previo aviso.

—Sorpresa —dijo Elena, entrando con una sonrisa juguetona.

James se levantó de su silla, sorprendido.

—¿Elena? ¿Qué haces aquí?

—Tenía ganas de verte. ¿Eso está prohibido?

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