Hace dos días que habían vuelto de Italia. La noche había caído sobre la mansión como un telón de terciopelo, envolviendo los jardines en una atmósfera de celebración discreta. Las luces colgantes titilaban entre las ramas, la música flotaba en el aire con elegancia, y Noah, vestido con una camisa clara y actitud relajada, recibía a los invitados con una sonrisa que parecía sincera.
Camille llegó poco después, acompañada por Adrien. Él caminaba con paso tranquilo, las manos en los bolsillos, como si la fiesta fuera una extensión natural de su día. Camille se detuvo frente a James y Noah, con una expresión amable pero consciente de la incomodidad que podía provocar.
—Espero que no les moleste —dijo, con tono ligero—. Lo llevé de vuelta y… lo invité. Me pareció lo justo.
James y Noah intercambiaron una mirada breve, cargada de historia. Noah fue el primero en hablar.
—No hay problema —respondió, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Mientras más, mejor.
La fiesta se desa