El bar exclusivo de York vibraba con una elegancia discreta: luces tenues, música suave, copas de cristal y conversaciones que se deslizaban como seda entre los rincones.
Isabelle estaba de pie junto a una columna de mármol, con una copa de vino blanco en la mano, cuando él apareció.
Alto, atractivo, con el cabello rubio castaño peinado con descuido calculado y unos ojos café claro que parecían leer más de lo que decían.
—¿Puedo robarte un minuto? —preguntó, con una sonrisa encantadora.
Isabelle lo miró, sorprendida por el tono directo pero no invasivo.
—Depende de lo que planees hacer con él.
Él rió, genuino.
—Solo hacerte sonreír.
Soy Adrien Beaumont —dijo, extendiendo la mano—. Empresario… y admirador de mujeres que saben sostener una copa con elegancia.
Isabelle soltó una risa suave, la primera genuina en días.
Desde la barra, Noah lo notó.
Desde la terraza, James también.
Ambos cruzaron miradas a la distancia.
No dijeron nada.
Pero el mensaje era c