El invernadero estaba en penumbra, el aire espeso por el olor a tierra húmeda y plantas pisoteadas. James y Noah, con las manos atadas, se encontraban de pie, cada uno vigilado por dos hombres de Astrid.
Ella entró despacio, el sonido de sus tacones resonando en el suelo de piedra.
—Qué curiosa situación —murmuró, paseando entre ellos—. Dos hermanos… y una elección.
James la siguió con la mirada, tensa la mandíbula.
—Si crees que vas a intimidarnos…
Astrid lo interrumpió con una sonrisa gélida.
—No necesito intimidarlos. Isabelle ya eligió.
Noah arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Qué?
Astrid se detuvo frente a él, inclinándose apenas.
—Me pidió que te liberara. Y a ti, James… —giró lentamente—, te pidió que esperaras.
Los hombres sujetaron con más fuerza a James, que se abalanzó contra las ataduras.
—Mientes.
Astrid chasqueó la lengua.
—¿Por qué lo haría? —dio un paso atrás, haciendo una seña.
Uno de sus hombres soltó a Noah, que retrocedió un poco, confundido pero libre. Ja