El evento había terminado, pero la tensión no se disipó con los aplausos ni con las sonrisas de cortesía. Los invitados se marchaban poco a poco, dejando tras de sí el eco de las conversaciones y el tintinear de copas vacías.
En uno de los pasillos laterales del salón, James se detuvo junto a una mesa, sirviéndose un whisky. Noah lo alcanzó, la chaqueta aún perfectamente abotonada, pero con la mirada ardiendo.
—Bonito número el del collar —dijo Noah, sin disimular el veneno en su voz.
—Bonito beso el que diste para molestarme —replicó James, con calma, aunque sus dedos apretaban el vaso con fuerza.
Noah dio un paso más cerca.
—No lo hice por ti.
—No —James esbozó una media sonrisa—. Lo hiciste para marcar territorio… y que todos lo vieran.
Hubo un silencio que olía a pólvora. Ambos sabían que un movimiento más y perderían el control, pero el orgullo pesaba más que la razón.
—Te diré algo, hermano —dijo Noah, inclinándose lo justo para que nadie más escuchara—: el día q