La Mansión Moore se encontraba impecable, bañada por los últimos rayos de sol de la tarde, como si se hubiera vestido para la llegada de alguien importante. Los jardineros repasaban cada borde, los encargados de servicio acomodaban copas, y Evelyn Moore caminaba de un lado a otro revisando detalles con precisión obsesiva.
Gregory Moore se encontraba en la biblioteca, hojeando informes de inversión, mientras Noah se mantenía en su habitación, aparentemente descansando antes de la cena. James, por su parte, cruzaba el jardín aún con el teléfono en una mano, voz baja pero firme en medio de una llamada corporativa. Vestía pantalones oscuros, camisa blanca abierta en el cuello, sin chaqueta, con el cabello ligeramente despeinado por la brisa. Imponente sin esfuerzo. Fue él quien la vio primero. El auto negro se detuvo en la entrada de la mansión. Isabelle Hartley bajó con elegancia natural, vestida con un conjunto de viaje beige que realzaba su figura delicada. Al ver a James, alzó la mano en un gesto espontáneo y luminoso. James cortó la llamada de inmediato, guardó el móvil en el bolsillo y caminó hacia ella con paso seguro. —Belly —sonrió—. No sabía que llegarías tan temprano. Isabelle se acercó sin pensar. El abrazo fue breve, cálido, como el reencuentro entre dos piezas que nunca terminaron de separarse. —Lo necesitaba —respondió ella—. Quería ver el lugar antes que todos estuvieran distraídos. —¿Y tu nueva vida? ¿Cómo lo llevas? —Todavía estoy adaptándome. Hay cosas que no se arreglan tan rápido —dijo ella, bajando un poco la mirada—. Pero estoy bien. —Te ves bien. Aunque te sentí más lejos de lo que te ves ahora. Isabelle sonrió sin responder del todo. —¿Está Noah? —preguntó con un brillo en los ojos. James alzó la vista hacia la mansión. —Debe estar arriba, en su antigua habitación. —Gracias —respondió ella, tocándole el brazo con suavidad antes de entrar por las puertas principales. Los Moore la recibieron con saludos educados, algunos incluso con afecto contenido. Isabelle agradeció, cruzó el vestíbulo y subió las escaleras sin detenerse. Al llegar al segundo piso, giró a la izquierda, como si su cuerpo recordara el camino sin ayuda. Se acercó a la puerta entreabierta y entró… sin anunciarse. Lo que vio congeló su sonrisa. En la cama, entre sábanas revueltas, Noah y Celeste compartían una intimidad demasiado evidente. Él sin camiseta, ella con su vestido algo desordenado. El gesto de ambos era claro: no esperaban ser vistos. Noah se incorporó ligeramente al verla. —Isabelle... Nada más. No una explicación. No una excusa. Solo su nombre. Isabelle se quedó en silencio unos segundos. Luego se irguió, con el rostro firme pero los ojos traicionados. —Perdón. No sabía que había algo que debía tocar antes de entrar —dijo con la voz templada—. No quería interrumpir. Giró sin escuchar respuesta. Bajó las escaleras con paso contenido, sin derrumbarse. Pero algo dentro ya había cambiado. Horas después, la cena estaba servida. Todos los Moore presentes. La música, tenue. Las copas llenas. James en el extremo derecho, Noah junto a sus padres. Isabelle sentada entre Evelyn y Gregory. Fue Gregory quien alzó la voz al terminar el primer plato. —Queremos hacer un anuncio —dijo, serio, sin dramatismo—. Esta cena es especial por más de una razón. No solo celebramos el reencuentro... también la unión definitiva entre nuestras familias. Evelyn tomó la palabra. —Con la unión entre los Moore y los Hartley podremos expandir los valores, el legado y la influencia de nuestras empresas. Es hora de sellar esa alianza. Noah miró a James con una sonrisa ladeada. —Entonces... felicidades, hermano. Te toca el turno de casarte con la mujer más esperada de York. Gregory negó con la cabeza, sin dureza. —James no heredó la empresa, Noah. Tú lo hiciste. Tú eres quien la dirige. Tú eres quien debe seguir consolidando el legado. Noah parpadeó, desconcertado. —¿Yo? —Sí —asintió Evelyn—. El compromiso será tuyo. Con Isabelle. El salón se quedó en silencio unos segundos. Isabelle no mostró sorpresa. Solo acomodó su copa y respiró hondo. Noah intentó recomponer la expresión. —Por supuesto —dijo finalmente—. Me honra. Realmente... me honra. Pero James lo observaba con la tranquilidad calculada de quien espera el desenlace que otros aún no pueden ver. Isabelle bajó la mirada. El compromiso que todos esperaban ahora tenía nombre… y un peso que apenas empezaba a sentirse. Tras el anuncio, cuando los invitados comenzaban a dispersarse por los salones contiguos y la música volvía a sonar en tono ambiental, Noah se acercó a James con una seriedad que desentonaba con el aire de celebración. Lo tomó del brazo y lo condujo hacia una terraza lateral, lejos de los murmullos y del eco de las copas. El aire nocturno era fresco, y las luces del jardín apenas iluminaban los perfiles de ambos hermanos. —¿Sabes lo que acaban de hacer? —dijo Noah, casi riéndose sin humor—. Me han comprometido sin pedirme opinión. James se apoyó en la barandilla con las manos en los bolsillos. —No esperaba que lo tomaras con entusiasmo, pero tampoco con furia. Noah negó con la cabeza. —No es furia —confesó—. Es confusión... y miedo, quizá. Isabelle es hermosa. Y la amo, James. A mi manera, siempre lo he hecho. Y ahora que hemos crecido... también la deseo. No como antes, no con urgencia, sino con una certeza que me asusta. James lo miró con atención, sin interrumpir. —Pero el matrimonio no es para mí —agregó Noah, bajando la voz—. Cuando Isabelle se fue, viví cosas... viajé, conocí a personas que me mostraron que el mundo tiene formas distintas de amar, de vivir. Que el matrimonio no lo es todo. Que hay libertad en no pertenecer. James suspiró, sin sorna ni juicio. —Tal vez lo que viste fue verdad. Pero también sabes que aquí, en York, las cosas se ven diferente. La gente no mira con respeto al hombre que no sabe comprometerse. Y tú eres el CEO más visible del mercado. Noah se giró, apoyando los codos en la baranda. —¿Qué harías tú? —¿Quieres un consejo honesto? —Más que nunca. James se acercó un poco, con el tono suave pero firme. —No lo tomes como una condena, sino como una estrategia. Isabelle te dará una imagen que ni diez acuerdos comerciales podrían darte. Tú siempre tuviste una chispa con ella. Desde niños, cuando peleaban por los lugares en la mesa, o cuando salías a buscarla sin motivo real. Que las fiestas no te hagan olvidar quién eres. Que las mujeres no te hagan perder lo que tienes que construir. —¿Y si no soy suficiente para ella? —Lo serás. Porque ella tampoco está buscando perfección, sino alguien que la entienda, la respete y la proteja. Y tú, Noah, sabes hacerlo… cuando decides hacerlo. Noah bajó la mirada unos segundos. —Entonces, ¿crees que debo hacerlo? James sonrió apenas. —Creo que te casarás con una excelente mujer. Y que te toca hacer que eso valga la pena. No solo por tu apellido. Sino por ti. Ambos quedaron en silencio. La brisa nocturna movía las hojas, y en la distancia, la mansión parecía más grande de lo que era. Noahcomenzó a caminar con una excusa ligera. —Voy por algo de beber, ¿quieres algo fuerte? James alzó la copa casi vacía. —Tráeme lo que te haga olvidar que acabas de comprometerte —murmuró sin fuerza, más cansado que bromista. Noah se rió bajo la voz y desapareció entre los pasillos decorados. En ese instante, Celeste apareció junto a James, sosteniendo una copa aún sin tocar. —Siempre tan diplomático —dijo ella, acercándose con paso firme—. Pero ¿cómo estás realmente? James no la miró de inmediato. Fijó los ojos en el jardín visible a través del ventanal. —Estoy bien. —Bien no es suficiente para ti —replicó Celeste—. En la universidad me contaste algo... ¿recuerdas? Me dijiste que estabas enamorado de Isabelle. Que incluso si el mundo se alineaba para ustedes, jamás se interpondrías entre ella y Noah. James giró despacio. Su mirada no era fría, pero sí distante. —Eso no ha cambiado. —¿Y eso no te rompe un poco por dentro? James bebió el último trago de su copa antes de responder. —No soy el más feliz, Celeste. Pero si Isabelle lo es, entonces estaré bien. Celeste observó su perfil por unos segundos, como si buscara una grieta. —Nunca pensé que Noah se casaría con alguien que no fuera yo. Lo nuestro tenía ritmo, tenía química. Yo fui su compañera en todo momento en su vida de adulto. Creí que bastaba. James sostuvo su copa vacía entre los dedos. —Las creencias no pesan lo suficiente cuando hay elección. Y esto, Celeste... no fue tu elección. Fue la de ellos. —No creo que Isabelle sea para él —dijo, más firme ahora—. No realmente. Ella no sabe cómo contenerlo. No sabe quién es él fuera de las fotos. Él necesita control, y ella trae emociones desordenadas. James dejó la copa sobre el mueble cercano con elegancia. —Tal vez tengas razón. Tal vez no. Pero a nosotros... nos toca mirar. Celeste lo observó mientras él se giraba y caminaba de vuelta hacia el salón. Su paso era elegante, preciso, pero su espalda cargaba algo más que decisión. Ella se quedó sola junto al ventanal, y por primera vez, no sonrió. “No voy a quedarme a mirar,” pensó. Fue entonces cuando Noah se encontró con Noah, interrumpiendo los pensamientos de James. —Ya tengo lo mío —dijo con una sonrisa traviesa, sosteniendo dos copas—. ¿Tú también necesitas anestesia? James lo miró con la misma calma contenida. —No es mala idea.