En ese preciso instante, el silencio tenso de la habitación fue roto por el zumbido vibrante de un teléfono celular.
El teléfono de Zeynep, que estaba sobre la mesita de noche, se iluminó y comenzó a sonar.
Kerim miró el aparato y luego a Zeynep, frunciendo el ceño con sospecha. ¿Quién llamaba tan temprano?
Zeynep caminó hacia la mesa y tomó el teléfono. Al ver el nombre en la pantalla, sus ojos se abrieron ligeramente.
—¿Aló? —contestó, dándole la espalda a Kerim.
—Hola, Zeynep. ¿Cómo estás? Soy yo, Abram.
La voz al otro lado era grave y urgente. Abram era un viejo amigo, alguien que conocía los secretos del pasado y que había estado monitoreando la situación con Azra desde cerca.
Kerim, al escucharla saludar, sintió un pinchazo de celos.
—¿Quién es? —susurró Kerim, pero Zeynep le hizo un gesto con la mano para que callara.
—Hola, Abram —dijo Zeynep, tratando de sonar casual, aunque el corazón le latía con fuerza—. ¿Cómo estás? Dime.
Kerim frunció el ceño aún más. ¿Abram? ¿Qué tenía