El despacho del abogado Korhan Demir olía a madera vieja, cuero costoso y a problemas legales de alto perfil. Ubicado en uno de los rascacielos más exclusivos de Estambul, el lugar estaba diseñado para intimidar. Los ventanales de piso a techo ofrecían una vista panorámica de la ciudad, una ciudad que Azra estaba decidida a poner a sus pies.
Azra entró con paso firme, aunque sus manos temblaban ligeramente, delatando la ansiedad que le carcomía las entrañas. A su lado iba Sem, su mejor amiga y cómplice silenciosa, quien miraba alrededor con una mezcla de asombro y nerviosismo.
El abogado Demir, un hombre de unos cincuenta años con mirada de halcón y un traje impecable, no se levantó para recibirlas. Simplemente señaló las sillas de cuero frente a su escritorio masivo.
—Tomen asiento, por favor —dijo con una voz grave y neutral.
Azra y Sem se sentaron. El silencio se estiró durante unos segundos interminables mientras el abogado revisaba una carpeta negra frente a él. Finalmente, cerró