La noche en la mansión Seller había caído con el peso de un secreto. En la opulenta habitación matrimonial, Zeynep acunaba a su bebé, el pequeño Evan, su única ancla en la turbulenta vida que llevaba. La luz tenue de la lámpara de noche bañaba la cuna con un resplandor dorado. Observó la carita de su hijo, el pecho subiendo y bajando con el ritmo suave del sueño profundo, y una sonrisa fugaz y llena de ternura se dibujó en sus labios.
—Ya es tarde, y tu papá aún no ha llegado —le susurró al bebé dormido, una frase que se había convertido en un mantra de ansiedad.
Lentamente, se levantó con su bebé en brazos y caminó hacia la puerta. Al abrirla con cautela, se encontró con la mirada atenta de una de las empleadas de confianza, cuyo deber era custodiar la cuna.
—¿Puedes acostarlo en su cuna, por favor? —dijo Zeynep, su voz apenas audible.
—Sí, señora. Con cuidado.
La empleada tomó al bebé con la destreza de la experiencia. Zeynep se inclinó y depositó un beso suave en la frente de su hi