Kerim la miró aún con la respiración agitada. El beso ardía entre ambos, pero fue él quien bajó la mirada primero, como alguien que despierta de un sueño indebido.
—Discúlpame, Sofía… —murmuró con la voz ronca—. No debí besarte. Yo ahora soy un hombre casado, y sé que no está bien lo que hice.
Sofía sintió un nudo en la garganta, pero mantuvo el rostro firme.
—Así es, Kerim. Eres un hombre casado y debes respetar a tu esposa —respondió, sin rencor, pero con la verdad que a ella misma le dolía pronunciar.
Kerim suspiró, pasó una mano por su rostro y asintió.
—Tienes razón…
Se levantó de la silla, pero apenas dio dos pasos sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Parpadeó varias veces, tambaleándose, y luego soltó una risa torpe que no llegaba a sus ojos.
Sofía reaccionó enseguida y lo sostuvo por el brazo.
—Vaya… parece que estás demasiado tomado, Kerim. Vamos, te acompaño.
Él trató de enderezarse, pero el mareo lo obligó a apoyarse en ella más de lo que hubiera querido admitir.
—Mi