Kerim llegó a casa pasada la medianoche. El motor del auto se apagó y, al intentar abrir la puerta, casi perdió el equilibrio. Un guardia de seguridad corrió a sostenerlo antes de que cayera al suelo.
—Señor Kerim, despacio —dijo el hombre, pasándole un brazo por la espalda para ayudarlo a caminar.
Kerim murmuraba palabras sin sentido, tambaleando mientras cruzaban la entrada principal de la mansión. La puerta se abrió y el eco del mármol recibió su presencia desordenada.
Ariel estaba en la sala junto a Selim y Baruk, conversando sobre asuntos de negocios, cuando los vio entrar. Sus cejas se alzaron con una sonrisa que no anunciaba nada bueno.
—Vaya, pero miren quién acaba de llegar… —dijo Ariel con voz cargada de ironía—. Mi querido cuñado, totalmente tomado.
Baruk frunció el ceño y Selim se levantó alarmada. El guardia intentó acomodar mejor a Kerim, pero Ariel se acercó más, observando con detención. Fue entonces cuando lo vio: una mancha intensa de lápiz labial en la camisa de Ker