El sol de la mañana entraba por las cortinas, bañando la cocina con una luz dorada.
Zeynep estaba preparando el biberón del bebé, tarareando una melodía mientras el vapor subía del agua caliente. Su cabello recogido en un moño desordenado dejaba escapar algunos mechones que le caían sobre el rostro.
El sonido del agua en el baño cesó. Segundos después, Kerim salió envuelto en una toalla, todavía húmedo por la ducha.
Zeynep levantó la mirada, sorprendida.
Él se pasó otra toalla por el cabello, secándolo con movimientos lentos y seguros. Cada gota que resbalaba por su piel brillaba bajo la luz, marcando la línea de sus hombros y el contorno firme de su pecho.
Zeynep tragó saliva. Intentó concentrarse en el biberón, pero sus ojos la traicionaban.
Kerim la notó. Sonrió con una leve picardía y se apoyó contra el marco de la puerta.
—Tengo que ir a la universidad —dijo con voz grave—. Hoy expongo mi examen final, y luego daré mis clases.
Zeynep asintió rápidamente, fingiendo naturalidad.
—E