Zeynep terminó de darle el biberón a su bebé. Lo meció con paciencia, tarareando una canción suave hasta que sus ojitos se cerraron lentamente.
El silencio de la habitación se llenó de esa paz frágil que solo existe entre madre e hijo. Lo arropó con cuidado y se quedó mirándolo unos segundos más, como si quisiera grabar ese instante en su corazón.
—Duerme, mi amor —susurró con ternura—. Mamá está aquí.
Se levantó despacio, acomodó su cabello frente al espejo y se observó con una mezcla de determinación y nerviosismo.
—Creo que es el momento de volver a salir —dijo en voz baja, con un leve temblor en los labios—. Aunque Kerim no quiera, yo sí. No puedo seguir escondiéndome.
Respiró hondo, retocó su labial y se encaminó hacia la puerta.
Cuando llegó a la sala, la música sonaba más fuerte que antes. Risas, copas y el murmullo de una conversación animada llenaban el ambiente.
Zeynep dio un paso al frente y entonces lo vio.
Kerim estaba bailando con una de sus amigas.
La mujer tenía la cab