Zeynep entró en su habitación y cerró la puerta despacio, como si quisiera dejar fuera todo el ruido del mundo.
Se miró al espejo y sonrió con un aire de travesura.
—Es un día espectacular —susurró, acomodándose el cabello—. Creo que Kerim muere de celos.
Soltó una risa breve y se llevó las manos al vestido, deslizándolo lentamente por sus hombros hasta dejarlo caer sobre la cama. Frente al espejo, su reflejo parecía más firme, más seguro. Eligió un jean negro ajustado, que delineaba su figura con elegancia, y una blusa color beige que dejaba ver apenas un toque de su piel.
Se vistió con calma, como si cada prenda formara parte de un ritual. Luego tomó su estuche de maquillaje, aplicó un labial suave y se contempló de nuevo.
—Perfecto —dijo con una sonrisa—. Ahora sí.
El llanto del bebé la interrumpió. Zeynep giró enseguida, caminó hacia la cuna y lo tomó en brazos.
—Hola, mi amor —susurró con ternura—. Por fin despiertas. Mamá ya tiene tu biberón listo, ¿sí? Vamos, hoy conocerás a lo