El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando la cerradura del apartamento giró lentamente.
Zeynep, que dormía al bebé sobre su pecho, abrió los ojos al escuchar el sonido metálico de la puerta. La habitación estaba envuelta en penumbra, iluminada apenas por la luz amarillenta de la calle que se filtraba entre las cortinas. Se levantó con cuidado, acomodó al pequeño en su cuna y lo arropó con delicadeza antes de salir hacia la sala.
Kerim estaba allí, sentado en el sofá, quitándose la bufanda con movimientos torpes. Llevaba el rostro cansado, la mirada perdida, y un olor a alcohol llenaba el aire entre ellos. Zeynep lo observó por un instante sin decir nada. Había en él un aire distinto, una mezcla de desdén y derrota que nunca antes había visto.
—¿Quieres que te prepare algo de comer? —preguntó ella con voz suave, intentando evitar una confrontación.
Kerim levantó la vista, sus ojos opacos.
—No. —Su respuesta fue fría, cortante.
Zeynep asintió, pero no se movió. En ese momento, not