La noche en Alemania se desvanecía lentamente. Las luces del hotel parpadeaban bajo la neblina que cubría la ciudad, y en una de las suites más altas, Selim permanecía despierta, sentada frente a la ventana, con los ojos enrojecidos.
El tic-tac del reloj era el único sonido que acompañaba su desvelo.
La puerta se abrió despacio, y Emir entró con paso silencioso.
—Mamá —dijo con tono suave—, ¿por qué sigues despierta?
Selim giró la cabeza, su rostro pálido y los ojos hinchados.
—No puedo dormir, hijo. Estoy muy preocupada.
Su voz temblaba, rota por la angustia.
—Tu padre está fuera de sí, Emir. Está molesto con Kerim… más que nunca. Dice que va a quitarle todos los recursos, todos los privilegios, todo lo que tiene, solo para obligarlo a regresar a casa.
Emir suspiró y se sentó frente a ella.
—Mamá, tú sabes cómo es papá. No soporta que alguien le lleve la contraria, y menos uno de sus hijos. Pero no puedes dejar que eso te consuma.
Selim lo miró con los ojos vidriosos.
—Tu hermano sie