Zeynep caminaba lentamente por la acera, acariciando con suavidad su vientre abultado. La gente que pasaba la miraba con ternura, sin sospechar que aquella barriga era falsa. Se detenía frente a las vitrinas de las tiendas de ropa infantil, observando los pequeños conjuntos azules y blancos que colgaban de los maniquíes. Sus ojos se llenaban de brillo, mezclando ilusión y tristeza.
—Pronto… muy pronto —susurró, tocando el vientre fingido como si de verdad sintiera una vida dentro—. Todo valdrá la pena.
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Miró la pantalla: Abram. Su corazón dio un vuelco. Contestó con voz temblorosa:
—¿Alo? Abram, ¿qué sucede?
Del otro lado, la voz de él sonaba nerviosa.
—Zeynep… estamos en el hospital. Azra… está dando a luz.
—¿Qué? —Zeynep se llevó una mano al pecho—. ¿Cómo dices? ¡Oh, por Dios! ¡Salgo para allá de inmediato!
Tomó un taxi sin pensar en nada más. Su respiración era agitada, sus manos temblaban. Cada semáforo parecía eterno. Cuando f