Había pasado una semana desde que Zeynep había dado la noticia a los padres de Kerim de que estaba embarazada.
Baruk y Selim no podían ocultar su felicidad. Para ellos, aquella noticia era una bendición, una prueba de que el matrimonio entre su hijo y Zeynep marchaba mejor que nunca.
Selim, con lágrimas en los ojos, había llamado por teléfono aquella mañana.
—Hija, me alegra tanto que por fin nos des esta alegría. No sabes cuánto esperábamos un nieto —dijo con una voz cálida y dulce.
Zeynep, fingiendo serenidad, respondió:
—Gracias, madre Selim. Yo también estoy muy feliz.
Baruk, al enterarse, no escatimó en gastos. Mandó dinero desde su empresa, ordenando a su asistente que depositara una gran suma en la cuenta de su nuera.
—Asegúrate de que no le falte nada —dijo con tono autoritario—. Que compre todo lo necesario para su embarazo.
Zeynep se sintió por dentro entre aliviada y culpable. La mentira empezaba a tomar forma, y cada palabra que decía la hundía más. Pero debía continuar; n