Habían pasado dos días desde la negociación.
El aire en el apartamento de Azra se sentía pesado, denso, cargado de incertidumbre.
Ella estaba sentada en el sofá, con una taza de café frío entre las manos. Abram caminaba de un lado a otro, nervioso, fumando sin parar.
—Esa mujer… —murmuró Azra con un tono de cansancio—, me ofreció mucho dinero, Abram.
—Lo sé, Azra —respondió él, sin mirarla, soltando una nube de humo—. Ya me lo dijiste una y otra vez.
Ella lo miró con ojos vacíos, sin brillo.
—A veces pienso que debería aceptarlo todo y olvidarme del resto. Total, Kerim ya me dio la espalda…
Abram se acercó, poniéndose frente a ella.
—¿Y qué otra cosa te queda? —le dijo con cierta dureza—. Ese niño necesita estabilidad, y tú… —hizo una pausa—. Tú estás destruida.
Azra bajó la cabeza, acariciando su vientre con tristeza.
—No digas eso… —susurró—. No quiero que mi bebé escuche esas cosas.
Abram suspiró y se dejó caer en una silla frente a ella.
—Solo trato de ser realista, Azra —dijo con