Azra se quedó de pie, con el rostro desencajado, sin poder creer lo que estaba escuchando.
Sus manos temblaban. No sabía si reír, llorar o simplemente salir corriendo de aquel apartamento.
Zeynep, en cambio, se mantenía firme, con una sonrisa extraña en los labios, esa sonrisa que mezclaba dulzura y locura a la vez.
—No puedo creerlo… —murmuró Azra, negando con la cabeza—. Quieres comprar un bebé, Zeynep. ¡Eso no está bien!
Dio un paso atrás, con la intención de marcharse, pero Zeynep, rápida, la tomó del brazo con fuerza.
—¿Adónde piensas ir? —preguntó con voz firme, casi helada—. Siéntate, aún no hemos terminado.
Azra intentó soltarse, pero la presión de los dedos de Zeynep la detuvo.
—¡Estás loca! —le gritó con enojo—. ¡Eres una desquiciada!
Zeynep no se inmutó. La miró con calma y le dijo, casi susurrando:
—Sí, puede que esté loca, pero quiero a ese bebé. Y te estoy ofreciendo una gran oportunidad, Azra.
Azra la observó incrédula.
—¿Una gran oportunidad? —repitió burlona—. ¡Estás