La cena había terminado, pero la tensión en el aire seguía siendo tan espesa que casi se podía masticar. Zeynep, sintiendo que la atmósfera en la sala se volvía sofocante con la presencia de Ariel y la mirada posesiva de Kerim, decidió buscar una vía de escape.
Se puso de pie, alisándose la falda con un gesto nervioso.
—Voy a ver a mi hijo —anunció, su voz suave rompiendo el murmullo de la sobremesa—. Ya le toca su biberón y quiero asegurarme de que duerma tranquilo.
Baruk, que estaba disfrutando de su primera noche en casa, la miró y asintió con una aprobación paternal.
—Ve, hija. Dale un beso de mi parte al pequeño heredero.
Kerim también la miró. No dijo nada, pero sus ojos la siguieron mientras ella caminaba hacia la escalera. Había una intensidad en su mirada, una mezcla de la reciente tregua y la sospecha permanente que ahora definía su matrimonio. Zeynep sintió ese peso en su espalda hasta que desapareció en el recodo del segundo piso.
Abajo, el silencio volvió a instalarse, so