Julienne Percy
El jeep se detuvo frente a la puerta principal de la mansión Taleyah. Mis manos sudaban contra el volante mientras el corazón me retumbaba dentro del pecho, como si quisiera escapar de mi cuerpo. Miré hacia mi derecha: Khaos dormía profundamente, ajeno al caos emocional que me embargaba. Le acaricié la mejilla con la yema de los dedos, sintiendo el calor de su piel como un ancla a mi razón. Lo estaba haciendo por él. Por nosotros.
Apenas puse un pie fuera del vehículo, la puerta se abrió y la señora Isleen cruzó el umbral. Su rostro se iluminó con sorpresa al verme, y luego con ternura.
—Señorita Julienne... no esperaba verla. ¿Está bien? —preguntó, acercándose con pasos rápidos.
Asentí sin poder contener el nudo en mi garganta.
—¿Dónde está Davian? Necesito verlo.
—El señor se encuentra descansando en su habitación —dijo, con la voz en un susurro preocupado—. Ha estado débil, pero estable.
—¿Podría encargarse de Khaos por unos minutos? Necesito hablar con él.
Isleen no