Julienne Percy
Mi espalda estaba contra su torso desnudo. Sentía su respiración agitada contra mi cuello, el calor de su cuerpo fundiéndose con el mío. Estaba dentro de mí. Lo sentía tan profundo, tan real, como si con cada embestida reclamara una parte de mi alma.
El gruñido que soltó en mi oído cuando llegó al orgasmo me hizo estremecer por completo. Su boca dejó una estela de besos húmedos y suaves por mi hombro, casi reverentes, antes de que su cuerpo se separara lentamente del mío. Lo siguiente fue su abrazo: firme, cálido, rodeándonos con las sábanas blancas como un velo íntimo que nos aislaba del mundo.
Me quedé allí, con los ojos cerrados, respirando su olor. Su calor. Su existencia.
Nada importaba más que eso, pero el tiempo tiene la mala costumbre de continuar, aunque uno desee detenerlo.
Cuando abrí los ojos de nuevo, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de lino blanco. El aire estaba frío. Demasiado frío, y las sábanas a mi lado... vacías.
Las toqué con